La majestuosa Torre Eiffel de París, un ícono que se alza imponente junto a las aguas del Sena, es un testimonio eterno de la visión y determinación del ingeniero Alexandre Gustave Eiffel. Su audaz declaración de que “Francia será el único país del mundo con un mástil de 300 m de altura” resonó en los corazones de aquellos que se aventuraron a imaginar su construcción.
Este proyecto colosal surgió como parte de la Exposición de París de 1889, un tributo al Centenario de la Revolución Francesa. Entre las propuestas presentadas, había algunas extravagantes, como la idea de erigir una guillotina de 305 metros de altura, pero fue el proyecto de Eiffel el que se llevó el reconocimiento. Aunque no estuvo exento de controversias, con críticos que lo tildaban de “la deshonra de París”, Eiffel persistió en su visión audaz.
El diseño de la torre, que finalmente se elevó majestuosamente sobre la ciudad, no fue obra exclusiva de Eiffel. Sus talentosos ayudantes, Maurice Koechlin y Emile Nougier, aportaron la idea de sustentarla sobre cuatro arcos semicirculares. La construcción comenzó en enero de 1887, bajo la meticulosa supervisión del gran ingeniero.
Para dar vida a esta hazaña de ingeniería, se requería el esfuerzo de 50 ingenieros, quienes elaboraron 3,700 bocetos parciales. Cada componente de la torre se forjaba en fundiciones y se alzaba con la ayuda de dos enormes grúas, conectadas por un cable que se deslizaba sobre una polea. Cuando una grúa ascendía con su carga, la otra descendía para equilibrar el peso.
La Torre Eiffel alcanzó su altura definitiva de 302 metros en marzo de 1889, duplicando la altura de la Gran Pirámide de El Cairo y convirtiéndose en el edificio más alto del mundo, título que mantuvo hasta la inauguración del Chrysler Building de Nueva York en 1930.
Eiffel financió la mayor parte de los 8 millones de francos necesarios para construir la torre con sus propios recursos, pero pronto recuperó su inversión. Los visitantes acudían en masa para disfrutar de las vistas panorámicas desde sus plataformas, pagando dos francos para llegar a la primera, un franco adicional para la segunda y dos francos más para llegar a la tercera. Además, la torre mostraba su flexibilidad al cimbrear hasta 10 centímetros en días de fuerte viento, un recordatorio constante de la tenacidad y la visión de su creador. La Torre Eiffel se ha mantenido como un símbolo duradero de la ingeniería audaz y la belleza atemporal.